Ningún colombiano influyó tanto sobre la vida colombiana del siglo XX como Alberto Lleras Camargo. Sus antepasados y familiares se habían destacado ante todo como periodistas, educadores o intelectuales, y de esta tradición heredó la valoración del poder que surge de la palabra y la inteligencia, por encima del que nace de la riqueza o las armas.
Aunque en sus años juveniles se acercó tímidamente al socialismo, fue ante todo un liberal en el más clásico sentido de la palabra, amante del orden y de las jerarquías, seducido por las fuerzas más profundas de la democracia norteamericana, desconfiado de las movilizaciones populares y del lenguaje demagógico. Los primeros éxitos como periodista y político los logró con el apoyo, que nunca le faltaría, de Eduardo Santos y de Alfonso López Pumarejo. A fines de 1929, cuando Lleras apenas tenía 23 años, el primero lo nombró director del diario La Tarde, mientras López le encargó la secretaría de la dirección nacional del liberalismo. Como secretario privado y ministro de Gobierno, fue el principal estratega político y vocero en el primer gobierno de López. Acompañado de Darío Echandía, que fue el ideólogo jurídico y social, defendió y promovió las reformas que recibieron el nombre de “Revolución en Marcha”, que debían sepultar la arcaica herencia de la república conservadora.
Entre 1938 y 1942 dirigió El Liberal y promovió la reelección de López, que tuvo lugar en 1942. En este gobierno orientó la reforma constitucional de 1945, encabezó la delegación de Colombia a las conferencias de Chapultepec y San Francisco en las que se crearon las bases para el sistema de las Naciones Unidas y, como ministro de Gobierno, asumió en 1944 la defensa del gobierno legítimo cuando el presidente fue apresado en Pasto por un grupo de conspiradores militares. Entre 1945 y 1946, por renuencia de López, ejerció por primera vez la Presidencia de la República. Lleras mantuvo una rigurosa neutralidad oficial en la elección presidencial que enfrentó a un partido liberal, dividido entre Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán, y el conservatismo encabezado por Mariano Ospina Pérez. Esta actitud, y la entrega tranquila del poder al partido contrario, le crearon la imagen de jugador político limpio que ayudaría, años después, a unir liberales y conservadores.
Tras un breve período como director de Semana, fundada por él en 1946, y de años de actividad como director de la Unión Panamericana y secretario de la Organización de Estados Americanos, regresó a Colombia en 1954, a enfrentar la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla. En esta lucha, que se hizo ante todo con artículos y discursos, Lleras unió a todo el país –empresarios, obreros, estudiantes, intelectuales, liberales y conservadores, pueblo y oligarquía– en una cruzada que culminó con la caída del general Rojas en 1957; fue allí donde mostró con mayor claridad sus virtudes de organizador político y la fuerza que podían generar su figura enjuta y su palabra. Aspecto esencial de su estrategia fue el pacto político que hizo firmar la paz a dos partidos que en los años anteriores crearon el clima de odio y sectarismo que había llevado a una violencia sin precedentes. Lograr que el liberalismo aceptara la paz con quien había tenido la mayor responsabilidad en la generación de ese clima de violencia, el dirigente conservador Laureano Gómez, es la señal más clara de la capacidad de dirección política de López.